Democracia,
o sea: el gobierno del pueblo: ¿qué pueblo?
Se
eligen dirigentes y lo que hagan, lo hacen. Aquí, una no abarca mucho pero me
da que eso es como si fueran dictaduras de cuatro años. Luego, a la hora de
elegir otra vez, pues... se elige. Pero ¿qué más da que sean galgos o podencos
si todos comen conejos? Y encima los conejos se pelean entre sí.
Había
una anciana en la familia que siempre elogiaba mi manera de proceder en una
determinada tarea. Y yo para mis adentros: Tanta
amabilidad me confunde; ¿y esa
obsesión por lo bien que lo hago?; ¡ay
que la tortilla ya está dorada por un lado y toca darle la vuelta para dorar el
otro! Oye, y se la daba. Y me ponía verde por el mismo tema que había
venido elogiando largamente.
Cuando
alguien de la clase dirigente insiste demasiado en lo que NO va a hacer o en lo
que SÍ va a hacer, el asunto me escama como me escamaban las afirmaciones de la
anciana. Parece ser algo así como una decisión sublime que se va elaborando...
tomando forma... y en un estallido místico surge la iluminación que perfila con
fuerza el inexorable dictamen. Naturalmente, suele ser lo contrario de en lo
que antaño se insistía largamente. Es lógico: no hay nada nuevo en la vida. Los
nuevos somos siempre nosotros que renovamos epifánicamente
el voto de confianza.
Como
ya he dicho, una no abarca mucho pero me da que siempre nos están zambullendo
en el cisco caótico de la sinrazón. Y... de rositas como siempre.
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