domingo, 21 de julio de 2013

El violín del ciego



‘¿Has visto mi violín?’ decía un anciano.
‘Y, ¿cómo lo has perdido?’ le decían.
‘No lo sé, me fui sin él el otro día,
y ya no puedo tocarlo con mis manos’

‘Y, ¿cómo es tu violín?’
                                   ‘¿Cómo ha de ser?
Como todos los violines, pero es mío’
‘Mi violín, ¿sabes?, y le tengo apego’
‘Si lo ves ¿lo podrás reconocer?’
‘¿Cómo podría hacerlo, si soy ciego?’

‘Pero... tiene un sonido celestial,
un sonido inconfundible para mí.
Ayúdame a buscarlo, ¡ven chaval!
y juntos buscaremos mi violín.’

Y aquel chaval y aquel anciano ciego
buscaron el violín día tras día
con las manos cogidas, muy contentos,
entre riscos, entre pueblos y alegría.

A veces, muy cansados, se quedaban
a la sombra de algún árbol del camino;
y otras veces, si la noche les llegaba,
llamaban a una puerta, por si abrigo
les brindaba el posadero o el vecino.

¡Qué candor demostraba la criatura!,
¡qué alegría la del ciego en su destino!
y... ¡qué unidos buscaban la escritura
que el viento marcaría con ternura
en la senda inconfundible del sonido!

Para aquel que ve la luz oscura,
para el guía que oscuro ve el camino,
a ambos brinda la vida con dulzura
la magia del acorde de un violín
que un buen día encontraron bajo un pino.

Gracias al corazón de un buen vecino
que despojó al ladrón de su botín,
librándole de su tesoro ruin,
y dejando la esperanza en el camino.

Y, así el chaval y aquel anciano ciego
encontraron el violín bajo aquel pino.
¡Cómo tañía el anciano!, ¡con qué anhelo!,
¡cómo brillaba en sus ojos el destino!
¡Cómo reía el chaval!, ¡con qué alegría!,
¡cómo miraba a las flores y hacia el cielo!

Y juntos caminaron, ya sin fin,
a lo largo de la magia de un sonido.
Sin embargo, no buscaban un violín.
Encontraron el calor que da un amigo.

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