El pobre Jesús de Nazaret, que seguramente se olería la tostada, la emprendió a leches con los mercaderes del templo. Y cuentan las crónicas que fue la única ocasión en que se le vio cabreado. Para mí este hombre, al igual que otros tantos que tenían y tienen la cabeza sobre los hombros y la ética en su sitio (los más recientes: Teresa de Ávila, Ghandi, Nelson Mandela, Teresa de Calcuta, la Maruja de la Esquina, el Albañil de Enfrente, el Jefe de Estación de Villaperritos y un largo etc. de conocidos y desconocidos diseminados entre la fauna humana), no comulgaba con ruedas de molino.
En el fondo nos hicieron un favor las iglesias
cristianas, pues han conservado y difundido sus palabras y hechos que, aunque
tergiversados y aderezados con salsas, rellenos y guarniciones variados, han
conservado viva una figura prototipo digna de tener en cuenta. No ha servido de
mucho la historia, pues cuando alguien trataba de entender, o lo quemaban por
hereje, o lo hacían santo, o lo metían en vereda, o lo excomulgaban. Y suma y
sigue, aunque ahora no son las iglesias sino la política, la medicina y los
bancos los que dominan a la humanidad, sin olvidar las bienaventuradas y
misericordiosas multinacionales y la propia humanidad que ya por vicio se
lacera a sí misma.
Bien,
estamos acostumbrados a la esclavitud, siempre que podamos conservar nuestro
templo de retiro y oración. Veamos: el personal, en la diversidad reinante hoy
día, se ha buscado su templo particular, compartido o colectivo con más o menos
deseo de intimidad y oración o con más o menos vehemencia por dominar a los
demás (que de todo hay en la viña del señor); de ahí y como ejemplo, haylos
que se pirrian por el viernes noche, etc.; haylos forofos/as del
cotorreo-cotilleo; haylos de Internet; haylos de relejarse
respirando oxígeno en el campo y estresarse respirando polución en carretera; y
más.
Pero no
olvidemos al demonio, que como el lobo de Caperucita, el ogro de Pulgarcito o
la madrastra de Blancanieves, forma parte de la historia. Los susodichos del
viernes noche, etc. se ven invadidos por marcas de licores varios; los forofos
de... hablan más de las marcas de trapitos que se pone cada uno/a que de otra
cosa; los de Internet no se quitan de encima información superflua masiva, con
invasión de tetas y culos en la pantalla justo cuando la parienta entra en la
habitación. Y sigo: cuando se pone el teletexto, al final se olvida uno de lo
que buscaba, pues entre las intermitencias de información que cambian cuando
faltaba un pelín para terminar de leer la frase y que hasta cuando pulsamos
para ver la hora, se llena la ventanita de publicidad hasta el punto que se
apaga antes de verla, nos volvemos locos
y nos ponemos a ver los interminables anuncios de cualquier canal, deleitándonos
con un Beethoven para tomate frito, con una frase sublime de un poeta hindú
para un descapotable o con el trascendental dilema de qué hay después de la
muerte para un detergente que limpia mucho. Y no sigo, porque aún quedarían los
móviles y mucho más.
El demonio
de la publicidad, el Mefistófeles de la compra-venta, el Pedro Botero del
trabajarse psíquica y anímicamente al personal es hogaño como antaño el mismo
perro con un collar “dosmilero”. ¿Quién compra qué a quién?, ¿quién vende qué a quién?:
Los dichos
empiezan a proliferar cuando se hace obvia la necesidad de plasmar en frase un
dilema reiterado y acuciante. Así, se queda el personal más tranquilo aún sin
haber resuelto nada, sólo por el hecho de haberlo sabido definir, por lo que los
hechos que generan un dicho son más viejos que el dicho en sí.
Lo de que
el pez grande se come al chico, por lo tanto, aunque viejo, es más reciente que
el dilema que lo generó y es el dicho que, mayormente, rige las relaciones
humanas y la prueba más fehaciente es que aquellos quehaceres humanos más
necesarios y vitales son los que peor prensa llevan y son los que más se
compran y los que peor se pagan y, lo que es más, cuanto más necesario y vital
sea un quehacer, una profesión, un oficio, un estado o una tradición, más
tendencia habrá a dominarlo, poseerlo, manipularlo y, si es posible, quitarle
el nombre y la raíz para que no quede ni rastro de lo que fue y pueda
presentarse como un invento personal, empresarial, autonómico, partidista,
nacional, etc., según el caso.
Y de todos
ellos, los peor considerados y remunerados son aquellos que trabajan el campo y
con el ganado, que nos alimentan y visten. ¿Qué otra profesión podría existir
si no fuera por ellos?
Hoy día,
sobre todo viendo u oyendo las noticias y leyendo los periódicos, parece que la
mejor guía turística a consultar sería el Apocalipsis. Tragedias como las
actuales haylas y húbolas pero antes pasaban más desapercibidas;
los cantares de gestas embellecían y/o tragiquizaban los hechos; el estilo
del historiador alteraba el contenido del relato a favor o en contra de los
hechos mismos según la tendencia; pero el enfoque sensacionalista era más
emblemático o mas sado-masoquista, más
emocional, ahora es más frío, más noticiero-a-ver-si-me-luzco-más-que-los-demás-con-mi-estilo.
A veces se
desea ser un animal para no trabajar, pero esto no es cierto, puesto que los
animales trabajan (y se cobran en especie), así que no hay problemas con los
salarios ni los convenios colectivos y si la cosa sale mal se mueren sin pena
ni gloria; sufren sin que nadie, aparentemente, se entere y ya está.
Naturalmente,
cuando menciono el trabajo de los animales, no me refiero a los domesticados
por el hombre (perros de trineo, de caza, lazarillos, policías, etc., mulas,
burros, bueyes, ni siquiera pulgas amaestradas y demás, sino más bien a a esos
vertebrados e invertebrados que ejecutan su ardua tarea diaria de supervivencia
y conservación de la especie y no se pegan de tortas si realmente no lo quieren
(los pájaros no chocan entre sí, sólo con los aviones).
No parece
que la clase política, las multinacionales y, en general, aquellos que mueven
los hilos de la gran mayoría de las marionetas humanas puedan llegar a funcionar bien; pero más
difícil puede ser que las marionetas humanas lleguemos a funcionar bien pues en
el fondo somos reflejos pequeñitos del comportamiento egocéntrico de los que se
nos han subido a la chepa.
“Compro influencias-vendo influencias”.
“Compro noticias-vendo noticias”.
“Compro guerra-vendo guerra”.
“Compro almas-vendo almas”.
“Compro opiniones-vendo opiniones”.
“Compro sueños-vendo sueños”.
“Compro dignidad-vendo dignidad”.
“Compro niños-vendo niños”.
“Compro vísceras-vendo vísceras”.
“Compro libertad-vendo libertad”
…
Quizá
dentro de doscientos o trescientos años se habrá saneado la mentalidad humana,
se respetaran las vidas de otros (racionales e irracionales), se habrán
sustituido tantos artículos competitivos y tanta publicidad por unas listas de
artículos y servicios en los ayuntamientos y/o internet y se fabricará sólo lo
necesario y con calidad duradera… Sería más práctico, se generarían menos
basuras y se gastaría menos planeta.
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