domingo, 18 de agosto de 2013

COMPRA-VENTA ¿Qué vendemos y qué compramos?





El pobre Jesús de Nazaret, que seguramente se olería la tostada, la emprendió a leches con los mercaderes del templo. Y cuentan las crónicas que fue la única ocasión en que se le vio cabreado. Para mí este hombre, al igual que otros tantos que tenían y tienen la cabeza sobre los hombros y la ética en su sitio (los más recientes: Teresa de Ávila, Ghandi, Nelson Mandela, Teresa de Calcuta, la Maruja de la Esquina, el Albañil de Enfrente, el Jefe de Estación de Villaperritos y un largo etc. de conocidos y desconocidos diseminados entre la fauna humana), no comulgaba con ruedas de molino.


En el fondo nos hicieron un favor las iglesias cristianas, pues han conservado y difundido sus palabras y hechos que, aunque tergiversados y aderezados con salsas, rellenos y guarniciones variados, han conservado viva una figura prototipo digna de tener en cuenta. No ha servido de mucho la historia, pues cuando alguien trataba de entender, o lo quemaban por hereje, o lo hacían santo, o lo metían en vereda, o lo excomulgaban. Y suma y sigue, aunque ahora no son las iglesias sino la política, la medicina y los bancos los que dominan a la humanidad, sin olvidar las bienaventuradas y misericordiosas multinacionales y la propia humanidad que ya por vicio se lacera a sí misma.

Bien, estamos acostumbrados a la esclavitud, siempre que podamos conservar nuestro templo de retiro y oración. Veamos: el personal, en la diversidad reinante hoy día, se ha buscado su templo particular, compartido o colectivo con más o menos deseo de intimidad y oración o con más o menos vehemencia por dominar a los demás (que de todo hay en la viña del señor); de ahí y como ejemplo, haylos que se pirrian por el viernes noche, etc.; haylos forofos/as del cotorreo-cotilleo; haylos de Internet; haylos de relejarse respirando oxígeno en el campo y estresarse respirando polución en carretera; y más.

Pero no olvidemos al demonio, que como el lobo de Caperucita, el ogro de Pulgarcito o la madrastra de Blancanieves, forma parte de la historia. Los susodichos del viernes noche, etc. se ven invadidos por marcas de licores varios; los forofos de... hablan más de las marcas de trapitos que se pone cada uno/a que de otra cosa; los de Internet no se quitan de encima información superflua masiva, con invasión de tetas y culos en la pantalla justo cuando la parienta entra en la habitación. Y sigo: cuando se pone el teletexto, al final se olvida uno de lo que buscaba, pues entre las intermitencias de información que cambian cuando faltaba un pelín para terminar de leer la frase y que hasta cuando pulsamos para ver la hora, se llena la ventanita de publicidad hasta el punto que se apaga antes de  verla, nos volvemos locos y nos ponemos a ver los interminables anuncios de cualquier canal, deleitándonos con un Beethoven para tomate frito, con una frase sublime de un poeta hindú para un descapotable o con el trascendental dilema de qué hay después de la muerte para un detergente que limpia mucho. Y no sigo, porque aún quedarían los móviles y mucho más.

El demonio de la publicidad, el Mefistófeles de la compra-venta, el Pedro Botero del trabajarse psíquica y anímicamente al personal es hogaño como antaño el mismo perro con un collar “dosmilero”. ¿Quién compra qué a quién?,  ¿quién vende qué a quién?:

Los dichos empiezan a proliferar cuando se hace obvia la necesidad de plasmar en frase un dilema reiterado y acuciante. Así, se queda el personal más tranquilo aún sin haber resuelto nada, sólo por el hecho de haberlo sabido definir, por lo que los hechos que generan un dicho son más viejos que el dicho en sí.

Lo de que el pez grande se come al chico, por lo tanto, aunque viejo, es más reciente que el dilema que lo generó y es el dicho que, mayormente, rige las relaciones humanas y la prueba más fehaciente es que aquellos quehaceres humanos más necesarios y vitales son los que peor prensa llevan y son los que más se compran y los que peor se pagan y, lo que es más, cuanto más necesario y vital sea un quehacer, una profesión, un oficio, un estado o una tradición, más tendencia habrá a dominarlo, poseerlo, manipularlo y, si es posible, quitarle el nombre y la raíz para que no quede ni rastro de lo que fue y pueda presentarse como un invento personal, empresarial, autonómico, partidista, nacional, etc., según el caso.

Y de todos ellos, los peor considerados y remunerados son aquellos que trabajan el campo y con el ganado, que nos alimentan y visten. ¿Qué otra profesión podría existir si no fuera por ellos?

Hoy día, sobre todo viendo u oyendo las noticias y leyendo los periódicos, parece que la mejor guía turística a consultar sería el Apocalipsis. Tragedias como las actuales haylas y húbolas pero antes pasaban más desapercibidas; los cantares de gestas embellecían y/o tragiquizaban los hechos; el estilo del historiador alteraba el contenido del relato a favor o en contra de los hechos mismos según la tendencia; pero el enfoque sensacionalista era más emblemático o  mas sado-masoquista, más emocional, ahora es más frío, más noticiero-a-ver-si-me-luzco-más-que-los-demás-con-mi-estilo.

A veces se desea ser un animal para no trabajar, pero esto no es cierto, puesto que los animales trabajan (y se cobran en especie), así que no hay problemas con los salarios ni los convenios colectivos y si la cosa sale mal se mueren sin pena ni gloria; sufren sin que nadie, aparentemente, se entere y ya está.

Naturalmente, cuando menciono el trabajo de los animales, no me refiero a los domesticados por el hombre (perros de trineo, de caza, lazarillos, policías, etc., mulas, burros, bueyes, ni siquiera pulgas amaestradas y demás, sino más bien a a esos vertebrados e invertebrados que ejecutan su ardua tarea diaria de supervivencia y conservación de la especie y no se pegan de tortas si realmente no lo quieren (los pájaros no chocan entre sí, sólo con los aviones).

No parece que la clase política, las multinacionales y, en general, aquellos que mueven los hilos de la gran mayoría de las marionetas humanas  puedan llegar a funcionar bien; pero más difícil puede ser que las marionetas humanas lleguemos a funcionar bien pues en el fondo somos reflejos pequeñitos del comportamiento egocéntrico de los que se nos han subido a la chepa.

“Compro influencias-vendo influencias”.

“Compro noticias-vendo noticias”.

“Compro guerra-vendo guerra”.

“Compro almas-vendo almas”.

“Compro opiniones-vendo opiniones”.

“Compro sueños-vendo sueños”.

“Compro dignidad-vendo dignidad”.

“Compro niños-vendo niños”.

“Compro vísceras-vendo vísceras”.

“Compro libertad-vendo libertad”

Quizá dentro de doscientos o trescientos años se habrá saneado la mentalidad humana, se respetaran las vidas de otros (racionales e irracionales), se habrán sustituido tantos artículos competitivos y tanta publicidad por unas listas de artículos y servicios en los ayuntamientos y/o internet y se fabricará sólo lo necesario y con calidad duradera… Sería más práctico, se generarían menos basuras y se gastaría menos planeta.

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