Democracia,
dictadura, comunismo o religión.
Me pregunto cual es la diferencia
entre el régimen de Mao Tse Tung, el del Soviet Supremo, el de Fidel Castro o
el de Zapatero o Rajoy; incluso el de la Unión Europea; e incluso la Roma todopoderosa
de antaño, ya fuera la de los Césares o la posterior del Vaticano. A mis cortas
luces es el mismo perro con distinto collar.
Y todo porque la gente somos gente en
todas la épocas y en todas partes. ¿No será limpia y llanamente que los
mandatos de quien sea se limitan a manipular lo que somos y a explotar la
riqueza que podamos aportar? Eso se sabe, pero no se utiliza para razonar y
ponerse a salvo sin violencias.
Yo nací en 1941, cuando el ahora
llamado franquismo acababa de empezar y la verdad es que, en mi entorno
personal, nadie tenía tiempo de pensar en política (que ni siquiera se la
denominaba así), sino en SUBSISTIR. Si estabas enfermo, te curabas, te morías o
te ibas al Seguro de Enfermedad a las interminables colas en aquellos kafkianos
dispensarios (creo que muchos nos curábamos espontáneamente con tal de no pasar
el tremendo frío o calor en aquellas lúgubres estancias). Es cierto que este
país estaba dividido en dos (y eso ha cambiado poco) los de derechas: católicos,
apostólicos romanos y los de izquierdas, comúnmente creídos ateos por los
primeros.
Así que esa España rota, inculta, dividida
tanto en izquierdas y derechas, en creyentes y ateos, en pobres y ricos o en
cultos e incultos, era el terreno abonado para cualquier manipulación a escala
nacional.
Y el consumismo empezó a dar sus
primeros balbuceos.
Recuerdo que cuando yo tenía unos 14
años más o menos, se lavaba la ropa con jabón ya fuera el fino de pastilla o
escamas o aquellos bloques que se hacían directamente con sosa y grasa de la
que fuera (comprado o hecho en casa).
Por entonces llamaban mucho a las
puertas: pobres de pedir, novelas por entregas (precursoras de los seriales
radiofónicos y posteriores series televisivas), colchoneros, paragüeros,
traperas, vendedores, etc. Un buen día llamó a nuestra puerta un hombre con una
novedad inusitada: DETERGENTE ¿...?
Sin saberlo quizá, aquel hombre era
uno de los pioneros del consumismo.
Naturalmente, aquellos polvos en una
bolsa produjeron un rechazo general que no tuvo mucho efecto aunque, poco a
poco, algunas amas de casa empezaron a pensar si aquellos polvos no serían
mejores que el jabón, pero no había problema: el jabón era de toda la vida y aquel intruso salía sobrando. Pero salió un
anuncio en prensa y radio con el milagroso OMO, el que lavaba blanco,
blanquísimo y limpio, limpísimo.
Bueno... tampoco hizo mucha mella. Entonces salió ESE, el que lavaba MÁS
blanco.
Aquello fue el golpe maestro.
Y lo peor es que pese a mi juventud me
di perfecta cuenta de la manipulación; nadie más parecía dársela. La publicidad
en prensa y radio fue tan exhaustiva que las amas de casa ya no sabían si era
mejor Omo o Ese. Unas compraban uno y otras, otro. Supongo que ambas marcas
confabuladas (al igual que ahora los operadores telefónicos y tantas empresas
más), cambiarían la calidad de uno y otro para fomentar el cambio periódico.
Así que, con un simple truco, las amas de casa se olvidaron del jabón sin darse
cuenta, que era lo que se pretendía inicialmente. Y el truco sigue...
A continuación se empezó a comprar
mucho a plazos. Era agradable tener algo sin disponer del dinero para
adquirirlo. Después el ITE, después el IGTE y después el IVA...
¿Por qué va a ser mejor el paracetamol
de un laboratorio que el de otro, si todos tienen el mismo principio activo?
¿Por qué iba a ser mejor un presidente
que otro si existiera la ética más elemental?
¿Por qué va a ser mejor Jehová, Jesús
o Mahoma si el individuo se dirige a la misma consciencia de la vida?
Respuesta obvia: El poder.
El poder es la fuerza que se ejerce
sobre algo o alguien y también la capacidad de hacer o conseguir algo. Así que
atrapados por el poder adquisitivo y encajonados por el poder ajeno, los
individuos nos hemos metido en una trampa colectiva de la que no podemos salir
ni solos ni acompañados. Y con ‘no podemos’ me refiero a que ni tenemos
capacidad ni fuerza para arreglar situaciones; nos limitaremos a reunirnos,
hablar, establecer normas, estatutos o reglas y se prohibirán más cosas sin que
trascienda ningún sistema. Se matarán más mujeres, se volverán locos a más
niños y adolescentes para luego protestar muchísimo por su comportamiento y
obviamente las entidades bancarias y todas aquellas que manejan dinero ajeno,
se quedarán como aquellos terratenientes que trataban tan mal a sus esclavos
que se les murieron y se les fueron las haciendas a pique. La sal está
perdiendo su sabor.
El poder de los dirigentes quedaría
obsoleto y la sociedad seguiría funcionando si un mínimo de ética y sentido
común rigiera en los individuos, las familias, los grupos, las autonomías,
condados, provincias, estados o lo que sea. Qué más da que los dirigentes
quieran el poder a toda costa si bajando en la escala pasa lo mismo. Si los
jefes quieren dominar a los empleados, los funcionarios a los subalternos, los
padres a los hijos, los profesores a los alumnos, los hombres a las mujeres,
las mujeres a los hombres, los hombres y las mujeres a los niños y adolescentes,
se producen las reacciones tan conocidas como huelgas, descontentos, lucha de
generaciones, fracaso escolar, insubordinación, machismo y feminismo y, en
general, la más absoluta falta de comunicación y de ética. Es lo que tenemos y
es lo que nos hemos buscado.
Supongo que lo que nos podría salvar
es eso que Jung llamaba el inconsciente colectivo. Yo lo he visto funcionar varias
veces: Una fue cuando a un perro que tuve cuando era pequeña le dio por
ladrarle a unas gallinas; se envalentonaba de tal forma que disfrutaba
asustándolas y acorralándolas. Un día las gallinas, todas a una, se echaron
sobre el perro y si yo no le llego a sacar de debajo de un montón de gallinas,
se lo habrían cepillado.
Otra vez fue, hace años, en la Caja de
Ahorros y Monte de Piedad de Madrid en Antón Martín. Era día de cobro de los
pensionistas; entraron dos ladrones a atracar. No sé como pasó pero (algo así
como: Fuenteovejuna, todos a una) entre todos los ancianos redujeron a los
cacos a paraguazos, bolsazos y bastonazos y los mantuvieron a raya hasta que
llegaron los guardias.
Y con lo dicho no me refiero a actos
violentos o levantamientos más o menos bélicos. Ya están muy vistos y hacen
mucho daño y siempre mueren los de la ventanilla mientras los culpables se van
de rositas. Quizá más de uno nos podríamos (con capacidad y fuerza) dar cuenta
de que es el individuo el que siendo fiel a sí mismo (si es que se acuerda
personalmente de cómo es) puede colaborar con los demás individuos y sacar algo
en limpio. Esto se está haciendo y funciona a pesar de la pesada losa de los
impuestos, permisos, porcentajes y más gastos. Mucha gente está inventando
pequeños negocios de servicios para subsistir y colaborando lo consiguen. Y
ello al margen de las colas oficiales del paro, que por cierto se asemejan
mucho a las interminables colas en aquellos kafkianos dispensarios del Seguro
de Enfermedad franquistas
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