domingo, 21 de julio de 2013

REALIDADES ATROPELLADAS



Democracia, dictadura, comunismo o religión.
Me pregunto cual es la diferencia entre el régimen de Mao Tse Tung, el del Soviet Supremo, el de Fidel Castro o el de Zapatero o Rajoy; incluso el de la Unión Europea; e incluso la Roma todopoderosa de antaño, ya fuera la de los Césares o la posterior del Vaticano. A mis cortas luces es el mismo perro con distinto collar.
Y todo porque la gente somos gente en todas la épocas y en todas partes. ¿No será limpia y llanamente que los mandatos de quien sea se limitan a manipular lo que somos y a explotar la riqueza que podamos aportar? Eso se sabe, pero no se utiliza para razonar y ponerse a salvo sin violencias.
Yo nací en 1941, cuando el ahora llamado franquismo acababa de empezar y la verdad es que, en mi entorno personal, nadie tenía tiempo de pensar en política (que ni siquiera se la denominaba así), sino en SUBSISTIR. Si estabas enfermo, te curabas, te morías o te ibas al Seguro de Enfermedad a las interminables colas en aquellos kafkianos dispensarios (creo que muchos nos curábamos espontáneamente con tal de no pasar el tremendo frío o calor en aquellas lúgubres estancias). Es cierto que este país estaba dividido en dos (y eso ha cambiado poco) los de derechas: católicos, apostólicos romanos y los de izquierdas, comúnmente creídos ateos por los primeros.
Así que esa España rota, inculta, dividida tanto en izquierdas y derechas, en creyentes y ateos, en pobres y ricos o en cultos e incultos, era el terreno abonado para cualquier manipulación a escala nacional.
Y el consumismo empezó a dar sus primeros balbuceos.
Recuerdo que cuando yo tenía unos 14 años más o menos, se lavaba la ropa con jabón ya fuera el fino de pastilla o escamas o aquellos bloques que se hacían directamente con sosa y grasa de la que fuera (comprado o hecho en casa).
Por entonces llamaban mucho a las puertas: pobres de pedir, novelas por entregas (precursoras de los seriales radiofónicos y posteriores series televisivas), colchoneros, paragüeros, traperas, vendedores, etc. Un buen día llamó a nuestra puerta un hombre con una novedad inusitada: DETERGENTE ¿...?
Sin saberlo quizá, aquel hombre era uno de los pioneros del consumismo.
Naturalmente, aquellos polvos en una bolsa produjeron un rechazo general que no tuvo mucho efecto aunque, poco a poco, algunas amas de casa empezaron a pensar si aquellos polvos no serían mejores que el jabón, pero no había problema: el jabón era de toda la vida y aquel intruso salía sobrando. Pero salió un anuncio en prensa y radio con el milagroso OMO, el que lavaba blanco, blanquísimo y limpio, limpísimo. Bueno... tampoco hizo mucha mella. Entonces salió ESE, el que lavaba MÁS blanco.
Aquello fue el golpe maestro.
Y lo peor es que pese a mi juventud me di perfecta cuenta de la manipulación; nadie más parecía dársela. La publicidad en prensa y radio fue tan exhaustiva que las amas de casa ya no sabían si era mejor Omo o Ese. Unas compraban uno y otras, otro. Supongo que ambas marcas confabuladas (al igual que ahora los operadores telefónicos y tantas empresas más), cambiarían la calidad de uno y otro para fomentar el cambio periódico. Así que, con un simple truco, las amas de casa se olvidaron del jabón sin darse cuenta, que era lo que se pretendía inicialmente. Y el truco sigue...
A continuación se empezó a comprar mucho a plazos. Era agradable tener algo sin disponer del dinero para adquirirlo. Después el ITE, después el IGTE y después el IVA...
¿Por qué va a ser mejor el paracetamol de un laboratorio que el de otro, si todos tienen el mismo principio activo?
¿Por qué iba a ser mejor un presidente que otro si existiera la ética más elemental?
¿Por qué va a ser mejor Jehová, Jesús o Mahoma si el individuo se dirige a la misma consciencia de la vida?
Respuesta obvia: El poder.
El poder es la fuerza que se ejerce sobre algo o alguien y también la capacidad de hacer o conseguir algo. Así que atrapados por el poder adquisitivo y encajonados por el poder ajeno, los individuos nos hemos metido en una trampa colectiva de la que no podemos salir ni solos ni acompañados. Y con ‘no podemos’ me refiero a que ni tenemos capacidad ni fuerza para arreglar situaciones; nos limitaremos a reunirnos, hablar, establecer normas, estatutos o reglas y se prohibirán más cosas sin que trascienda ningún sistema. Se matarán más mujeres, se volverán locos a más niños y adolescentes para luego protestar muchísimo por su comportamiento y obviamente las entidades bancarias y todas aquellas que manejan dinero ajeno, se quedarán como aquellos terratenientes que trataban tan mal a sus esclavos que se les murieron y se les fueron las haciendas a pique. La sal está perdiendo su sabor.
El poder de los dirigentes quedaría obsoleto y la sociedad seguiría funcionando si un mínimo de ética y sentido común rigiera en los individuos, las familias, los grupos, las autonomías, condados, provincias, estados o lo que sea. Qué más da que los dirigentes quieran el poder a toda costa si bajando en la escala pasa lo mismo. Si los jefes quieren dominar a los empleados, los funcionarios a los subalternos, los padres a los hijos, los profesores a los alumnos, los hombres a las mujeres, las mujeres a los hombres, los hombres y las mujeres a los niños y adolescentes, se producen las reacciones tan conocidas como huelgas, descontentos, lucha de generaciones, fracaso escolar, insubordinación, machismo y feminismo y, en general, la más absoluta falta de comunicación y de ética. Es lo que tenemos y es lo que nos hemos buscado.
Supongo que lo que nos podría salvar es eso que Jung llamaba el inconsciente colectivo. Yo lo he visto funcionar varias veces: Una fue cuando a un perro que tuve cuando era pequeña le dio por ladrarle a unas gallinas; se envalentonaba de tal forma que disfrutaba asustándolas y acorralándolas. Un día las gallinas, todas a una, se echaron sobre el perro y si yo no le llego a sacar de debajo de un montón de gallinas, se lo habrían cepillado.
Otra vez fue, hace años, en la Caja de Ahorros y Monte de Piedad de Madrid en Antón Martín. Era día de cobro de los pensionistas; entraron dos ladrones a atracar. No sé como pasó pero (algo así como: Fuenteovejuna, todos a una) entre todos los ancianos redujeron a los cacos a paraguazos, bolsazos y bastonazos y los mantuvieron a raya hasta que llegaron los guardias.
Y con lo dicho no me refiero a actos violentos o levantamientos más o menos bélicos. Ya están muy vistos y hacen mucho daño y siempre mueren los de la ventanilla mientras los culpables se van de rositas. Quizá más de uno nos podríamos (con capacidad y fuerza) dar cuenta de que es el individuo el que siendo fiel a sí mismo (si es que se acuerda personalmente de cómo es) puede colaborar con los demás individuos y sacar algo en limpio. Esto se está haciendo y funciona a pesar de la pesada losa de los impuestos, permisos, porcentajes y más gastos. Mucha gente está inventando pequeños negocios de servicios para subsistir y colaborando lo consiguen. Y ello al margen de las colas oficiales del paro, que por cierto se asemejan mucho a las interminables colas en aquellos kafkianos dispensarios del Seguro de Enfermedad franquistas

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